FRÍO Y CALOR



           Una gota de sudor resbala por mi muslo, abandona mi piel y entra en contacto con el metal de su cuerpo. Me encanta el contraste de temperaturas. Su cuerpo es frío como el hielo, igual que su mirada, pero mi clítoris arde como un volcán. A la tenue luz de una vela, sigo balanceando mi cadera como las olas del mar, al ritmo perfecto, mientras él me sigue con su pelvis metálica. Apoyo mis manos en su pecho de acero y, al hacerlo, eleva ligeramente el pubis y se adentra más en mí. Los centímetros justos para intensificar mi placer. No puedo evitar clavar mi vista en sus iris pintados de verde. Su programación es tan detallada que en ese momento sus pupilas se dilatan un poco. Mi corazón se acelera. Su sensor lo nota e incrementa la métrica de sus movimientos. Sabe perfectamente lo que quiero; mis deseos son parte de su software. Me dejo llevar, y empiezo a gemir. Sus manos se posan sobre mis nalgas, y los músculos neumáticos de sus dedos estrujan ligeramente mi carne. Sabe que eso me pone a cien. Un escalofrío recorre todo mi ser. Estoy a punto de llegar. Cuando sus receptores lo perciben, su falo empieza a vibrar. Me estremezco. Mi mente se contrae y mi cuerpo se diluye. Me adentro en el mundo del placer.
Aunque vuelvo a la realidad un minuto después, en mi cabeza han pasado horas. Mi corazón está desbocado, y me cuesta respirar con normalidad. Antes de salir de encima suyo miro otra vez sus inertes ojos. Están muertos, lo sé. Pero no hay persona en todo el mundo capaz de hacerme sentir tan viva como lo consigue esta máquina.



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