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SUEÑO, LUEGO EXISTO

―¿Seguro que es aquí? ―le pregunto a mi padre al ver el edificio a través de la ventana del coche.            ―Sí, coño, seguro ―me responde. Vaya, otro cambio de humor. ¿Se habrá pensado que volvía a cuestionar su memoria? Con estos coches autónomos te puedes olvidar de conducir, y no te das cuenta de a dónde vas hasta que has llegado.             ―Cayram y Létor, han llegado a su destino. Residencia cibernírica Bennu, calle J34, número 259 ―nos asegura el automóvil. Primero salgo yo, luego ayudo a mi padre. Le cuesta levantar su propio peso. Al entrar en la residencia no me asombra encontrar un robot detrás del mostrador.             ―Bienvenidos a la residencia onírica Bennu. Soy Lucy, la recepcionista. Si vienen a ver a un familiar, esperen en la salita. Si tiene cita, ponga el dedo índice sobre la pantalla, por favor.             Facilito mi huella dactilar tal como me indica Lucy.             ―Señor Cayram, tiene cita a las nueve con el doctor Morfeus Trant. Y u

EL NOVENO PLANETA

             Respiro por primera vez en años, acelerado. Suerte que mis pulmones se acuerdan automáticamente de cómo se hacía. Mientras el nivel del líquido de conservación que me cubría disminuye, hago una fuerza titánica para abrir los ojos. Recuerdo la primera norma de los viajes estelares en criogenización: no entrar en pánico al despertarse. Mis oídos se desentumecen y empiezo a oír el pitido de la criocámara. Muevo un poco los dedos, intentando volver a controlar mi cuerpo poco a poco. Han sido muchos años de quietud.             Cuando la cúpula de cristal de la criocámara se abre, me incorporo y me quito la mascarilla. Me viene una arcada cuando sale la sonda postepiglótica. Me apoyo en el borde de la máquina, que está colocada en horizontal en el suelo de la sala junto a las otras tres. Respiro varias veces para tranquilizarme y luego, con ayuda de los brazos, me esfuerzo para conseguir salir de la criocámara. Me cuesta mucho mover las piernas, parecen hechas de madera.

DESHIDRATACIÓN

Si seguimos así, estoy seguro de que la globalización acabará con el mundo tal y como hoy en día lo conocemos. Y que la especie humana se tendrá que adaptar al nuevo mundo, o perecerá. Así que, como esa segunda opción nunca ha entrado en nuestros planes, idearemos la manera de sobrevivir al desastre. Porque cuando la polución acabe haciendo el aire irrespirable, se fabricarán máscaras que filtrarán las partículas nocivas. Cuando la población mundial crezca más allá del límite sostenible por el planeta, y no haya recursos para todos, los gobiernos formarán un solo organismo de cooperación para garantizar alimentos y bienes de consumo. Pero habrá más producción y más fábricas, y por ende más contaminación. Los casquetes polares cada vez se fundirán más rápidamente y las ciudades costeras desaparecerán. La humanidad será el virus que, aún lejos de darse cuenta de la realidad que le espera, seguirá multiplicándose a costa de su hospedador hasta que éste empiece a morirse. En ese mund

ID CON DIOS

            Un hombre te mira des del otro lado de una mesa cuadrada, blanca y construida con metal y polímeros plásticos. En la habitación no hay nadie más. Tu radar biométrico así te lo indica.             Escaneas su iris. Es el inspector Ray Ledbury, nacido el treinta de agosto del 2073 en New-Newcastle. Reside en Flowton St., 294, piso 45, puerta J. Casado con Rose Mary, padre de Cole y Diana. Él te mira fijamente. Tu ordenador mide sus microexpresiones. Distancia entre cejas, grado de inclinación de comisuras labiales, arruga prefrontal. Su rostro dice que está enfadado.             ―Robot, estás siendo retenido y interrogado en virtud del artículo K-772 del código ético 23 del anexo de la Tercera Ley Asimov ―te explica el inspector―. Pido permiso para acceder a la raíz base.             ―Permiso concedido ―respondes tal como dicta tu programación. No colaborar con los cuerpos de seguridad es un delito. Los clérigos no deben quebrantar la ley del hombre.             ―