DESHIDRATACIÓN
Si seguimos así, estoy seguro de que la globalización acabará con el mundo tal
y como hoy en día lo conocemos. Y que la especie humana se tendrá que adaptar
al nuevo mundo, o perecerá. Así que, como esa segunda opción nunca ha entrado
en nuestros planes, idearemos la manera de sobrevivir al desastre. Porque
cuando la polución acabe haciendo el aire irrespirable, se fabricarán máscaras
que filtrarán las partículas nocivas. Cuando la población mundial crezca más
allá del límite sostenible por el planeta, y no haya recursos para todos, los
gobiernos formarán un solo organismo de cooperación para garantizar alimentos y
bienes de consumo. Pero habrá más producción y más fábricas, y por ende más
contaminación. Los casquetes polares cada vez se fundirán más rápidamente y las
ciudades costeras desaparecerán. La humanidad será el virus que, aún lejos de
darse cuenta de la realidad que le espera, seguirá multiplicándose a costa de
su hospedador hasta que éste empiece a morirse.
En ese mundo del mañana, un descendiente tuyo tendrá que arrastrar una
carreta a lo largo de kilómetros, a través de vastos desiertos, hasta llegar a
la estación de racionamiento que el gobierno le habrá asignado. La máscara de
respiración le agobiará un poco, pero aunque tenga calor y le cueste inspirar
no se la podrá sacar si quiere acabar su viaje. Tendrá suerte, pues andando por
la sombra no tendrá que aguantar más de veintiséis grados; ese otoño no será
muy caluroso.
El agua, el bien más preciado en tales tiempos, será repartida a los
ciudadanos por el gobierno único en función de un simple criterio: un estatus
establecido por un sistema de puntos, llamado nivel de ciudadanía. Como más
beneficioso sea un individuo para su comunidad, mas nivel de ciudadanía tendrá.
Así que cuando llegue al edificio se pondrá en la interminable cola,
formada por los responsables de familia de toda la región. Cuando le llegue el
turno entrará en la estación, parará el control y pasará a la sala de
validación. Entonces le dirá su nombre y número de ciudadano al funcionario que
estará sentado en la mesa, protegido por dos guardias armados. Éste le dedicará
una mirada llena de desprecio, y luego beberá de su propia ración solo para irritar-le.
―Bien, acerca la muñeca ―le dirá al acabar el trago. Le cogerá el brazo, y
pasará el lector por encima de su piel. Cuando la máquina reconozca el chip de
ciudadanía, verificará su nivel y su ración semanal. Y entonces los operarios
cargarán las tres garrafas de seis litros, una para él y las otras dos para su
mujer y su hija. Con esa agua tendrán que vivir siete días. Lavarse, cocinar,
comerciar, y luego beber lo que les sobre. Y aún tendrán suerte de ser
ciudadanos de nivel B2. Para los de nivel C1 las ratios de agua se reducen a la
mitad.
Entonces cogerá la carreta y volverá a pasar por la mesa del funcionario,
que le escaneará de nuevo el chip para verificar la recogida semanal. En un
minuto volverá a salir al exterior, y pasará el siguiente de la cola.
Antes de volver a casa se dirigirá a la parte trasera del edificio, donde
habrá quedado como cada lunes con un hombre para intercambiar algunos bienes.
En los comercios del gobierno único solo aceptarán agua como pago, así que
muchos harán tratos clandestinos a escondidas de la ley y sus impuestos. Verá
al hombre sentado en una roca, limándose las uñas, y sin dejar la carreta (pues
sería como si tú dejases la billetera) se acercará a él.
―Ei, por fin llegas. Aquí tienes ―le enseñará un paquete de pilas. La
electricidad solo estará al abasto de los ciudadanos ricos―. Como siempre,
veinte.
Como necesitará esas pilas para el walkie-talkie y la radio, cogerá la
pequeña botella de plástico que le ofrecerá el hombre y la colocará debajo del
grifo de una de sus garrafas. La llenará hasta arriba, sin desperdiciar ni una
gota. Veinte centilitros justos.
Después emprenderá el viaje de regreso a casa, pues querrá llegar antes de
que anochezca y la oscuridad esconda los peligros del camino. No lobos ni
chacales, pues pocos animales habrán sobrevivido al aumento de gases nocivos en
la atmósfera, sino bandas de ladrones o vagabundos. Gente desesperada por un
poco de agua.
Pero aunque aún haya algo de luz, será atacado por unos bandidos cien
metros antes de llegar a su comunidad. Estarán muy desesperados. Tu
descendiente se verá rodeado por tres hombres, delgados como esqueletos,
vestidos con harapos y armados con navajas. Seguramente todos serán de nivel
C4, el más pobre de todos. Incluso habrá uno que reconocerá como el padre de un
amigo de su hija.
Pero ellos se acercarán lentamente, sin decir nada, y él sacará su cuchillo
para hacerles saber que no se va a dejar asaltar fácilmente. Pensará en darles
una garrafa para que le dejen en paz, pero luego se dará cuenta de que si
pueden coger las tres no se contentarán con una. Y, aunque le costará mucho
hacerlo, decidirá dejar la carreta y salir corriendo de allí.
Cuando llegue al refugio que será su casa, cansado y abatido, su pequeña
saltará a abrazarle.
―¡Papá, has vuelto! ¿Pero dónde está el agua? ―le preguntará.
Se le hará un nudo en la garganta y un puño agarrará su corazón. Pero aún
así será capaz de responder y decir la verdad.
―Esta semana no habrá más agua, hija.
Y, dándole las gracias a su dios por conservar aún la vida, reprimirá sus
lágrimas para no desperdiciarlas.
Por suerte, éste solo es un aterrador relato sobre el futuro que espero que
nunca llegue.
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