LO QUE NO MATA, ENGORDA



          Me encanta desayunar con mi familia. Todos juntos alrededor de la mesa, compartiendo el inicio de un nuevo día. De hecho, ahora que lo pienso, es el único momento del día en que los cinco estamos en la misma habitación.
            ―Bern, con las manos no ―le regaña Günter al pequeño, que tiene los dedos llenos de crema de cacao. Con un gesto de resignación, el niño se limpia y coge un tenedor. Me extraña que Günter se haya dado cuenta, absorto como está en el holo-periódico.
            Yo sigo con lo mío, sino se quemará la panceta. Y sería un verdadero desperdicio que se quemara. Sobre todo por los alonutrientes. ¿Por qué aún nadie ha inventado las sartenes con chip de autoapagado?
            ―Mamá, venga que me tengo que ir. Si no salgo ya no llego al entreno ―dice Paul levantándose de la mesa. Qué cuádriceps se le han puesto desde que come panceta. Se lo dijo su entrenador, y desde entonces es su neocomida favorita. Y claro, cuando se pone como se pone ya le puedo decir que no…
            Suerte que tengo a Claire. Ya lo decía mi padre; Claire es la que se parece más a mí de los tres. Bueno, se parece a mí cuando tenía su edad. Mírala, comiendo su rebanada de pan con mermelada. Todo comida, de la de antes. Sin femtobots pseudotróficos. Aunque la sociedad haya aceptado la neocomida, siguen siendo máquinas diminutas que engañan al cuerpo. Componentes artificiales microscópicos, diseñados para sustituir los nutrientes básicos y que actúan igual que ellos a nivel celular.
Yo tampoco creía lo que oía hasta que empezaron a llenar los estantes del supermercado. En al sabor ni se nota. Incluso son más ricos. A Bern ya no le gusta la comida normal, solo quiere neocomida.
―Bertha, hoy llegaré mas tarde de lo habitual ―me informa mi marido sin apartar los ojos de la pantalla. La bolsa, la maldita bolsa.
―Muy bien, ya me apañaré ―me resigno. Me tocará a mi otra vez llegar de la fábrica y preparar la cena. Malditos cereales Kruncky. Me parece bien que tome cereales con alonutrientes específicos contra el cansancio si eso le ayuda a aguantar mejor el trabajo en el despacho. Pero no si eso hace que se quede trabajando hasta más tarde.
De hecho, la culpa de que mi vida sea un desorden la tienen ellos. Cuando Günter empezó a tomarlos para poder trabajar más horas sin estresarse (¡las magníficas lentejas Rendy!), vio que necesitaba también que su cuerpo se cansase menos, y tener la mente mas despierta. Y que si comía solo por la mañana (como permite la leche Glukomil, con femtobots que sustituyen la glucosa y además no se degradan), tenía más tiempo para el trabajo. Así que como en casa me tocaba llegar a mí a todo, o me clonaba (aún sigue al abasto solo de los más ricos) o empezaba a comer neocomida.
Volviendo a la realidad, le sirvo la panceta a Paul. Se la come casi tan rápido como corre gracias al zumo Fasder. “Estoy orgullosa de él”, pienso mientras se levanta y coge la mochila. Es el mejor atleta de su promoción. El más rápido. No es por el zumo; los que corren contra él también toman Fasder.
Clink. Oigo una voz en mi cabeza.
“Bertha, ¿quieres aumentar las probabilidades de tener otro hijo la próxima vez que lo intentes con Günter? ¿Y además disfrutar de un intenso sabor a cacao? Prueba el nuevo Chokobum, ahora con alonutrientes mejorados que aseguran un aumento de estrógenos a las dos horas post-ingestión.”
Vaya, se han activado los anuncios idioneurales. El telechip habrá detectado que pensaba en Paul, y en lo orgullosa que estoy de mis tres hijos.
―Me voy a estudiar ―dice Claire levantándose de la mesa. No sé cómo es capaz de empollar durante más de dos horas seguidas. Günter le ha insistido que tome galletas Cukilums para la memoria, pero ella insiste en hacerlo a su manera. Estoy segura de que si lo hiciera los notables serian sobresalientes. Pasaría menos horas pegada a los libros, y más rato jugando con los niños del barrio. Todo le iría mejor. “Quiero ganarme las cosas con mi propio esfuerzo”, nos dice ella. Lo dicho, como yo de pequeña.
Me siento a la mesa y me como mi magdalena diaria. Mmmm, está riquísima. Mas ricas que las que hacia la abuela Frida. Entonces pensaba que esas eran las magdalenas más ricas del mundo. Pero a estas, como saben qué neurotransmisor le dice al cerebro que lo que comes está delicioso, les añaden el alonutriente adecuado y ya está, todo el que las prueba las encuentra de lo más sabrosas.
―Mami, quiero más ―me pide Bern, señalando el tarro de Nozelya que hay en la encimera. Desde que toma esta marca de crema de cacao está más tranquilo. Uf, aún recuerdo sus berrinches mañaneros. Hace días que no tiene ninguno. Nos la recomendó la vecina. “A los míos los deja más mansos”, dijo exactamente.
―Pero no abuses, eh ―le aviso acercándole el tarro. Al fin y al cabo, no deja de ser chocolate.

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